Aperion Romero
23 de febrero de 2017
Hoy tuve un pequeño detalle con
una alumna que me hizo hacer un poco de historia sin querer. Le pedí que pasara
al pizarrón a hacer una actividad que en realidad no era difícil, se trataba de
pegar en el pizarrón un trozo de papel donde ella creyera que correspondía, en
el pizarrón había dibujado un esquema y la idea era completarlo. La chica se
negó, yo insistí, ella argumentó que no entendía, insistí de nuevo explicándole
y haciéndole ver que no era algo difícil, “es que soy de rancho” respondió
causando la carcajada en los compañeros. En el salón había personas que van a
la escuela desde comunidades rurales. Tuve que detener el brote de risa y
expliqué: de dónde eres no tiene nada que ver con la actividad y por favor, no
hagas comentarios que puedan ofender a otros.
Me sentí con una especie de malestar en el
estómago. Y es que aquí yo he defendido que la gente tiene derecho a utilizar
el sentido del humor, lo cual implica ridiculizar al otro. El ser humano puede
ofender a los demás pero el sentido del humor también es una herramienta de
crítica, provoca que al hacer notar al otro su postura absurda se pueda ver con
más claridad cuál es la otra propuesta y por qué es más conveniente.
Me sentí hipócrita, falso, tanto
como un tacvbo decidiendo no cantar una rola evidentemente satírica (¿o qué? ¿De
verdad estaban promoviendo que alguien matara a una ingrata?) por lo “políticamente
correcto”, que como su nombre lo indica es político y, según el concepto común,
falso.
Pero en realidad lo que me
molesta es la actitud de superioridad que se le atribuye a lo citadino, o mejor
dicho a lo ciudadano, haciendo creer que lo que corresponde a la ciudad es
preeminentemente superior a lo rural, lo cual me parece totalmente falso.
Creo que esa idea viene de que,
en efecto, en los burgos se vivía con mayor comodidad, es algo relacionado con
la evolución de las ciudades a partir de la actividad económica, como buen
seguidor del materialismo histórico, creo que ese factor es el determinante en
el devenir histórico.
Recordé cómo se describía en “Q”
la relación que se establecía entre las ciudades, llenas de talleres y
comercios, y las comunidades rurales cuya actividad agraria sostenía la vida de
aquellos otros lugares, cómo en realidad las distancias entre esos ámbitos
empezaron a crecer a partir de que los burgueses obtenían dinero por su venta y
cómo hacían de su burgo un lugar más cómodo, ostentoso, pero al mismo tiempo
más sucio y en cierto sentido moral, decadente.
Las grandes ciudades
posteriormente eran las que se erigían en torno a la industria, en la que
llegar a la fábrica era lo importante para mantener tu trabajo, fábricas
echadoras de humo, contaminantes, el glamour de tener dinero y explotar a la
gente. Eso, eso es lo que vuelve similares al campo y la ciudad. Que en los dos
lugares se explota a la gente, que en ambos se prefiere mantener al que trabaja
en la miseria y en la ignorancia. No, no me voy a poner el sombrero de
campesino como si fuera una bandera en la cual envolverme. La comunidad rural
es menospreciada, sí, pero no es menos un lugar hosco de explotación del que
trabaja.
Desde luego hay un antecedente
más antiguo con las “civitas” romanas, esos lugares que funcionaban como centro
burocrático del imperio. Es evidente que eso les da notoriedad, y que en efecto
hay una depreciación del concepto de lo rural, pero la diferencia claramente no
dependía de las actividades económicas, no había aun una revolución ni
comercial como en los burgos, ni industrial como en las fábricas ciudades. El
campo alimenta, no se puede despreciar en ese sentido, ¿qué tipo de ciudadano
menosprecia el campo? Pues un verdadero ignorante, esa caricatura del campirano
tímido es impuesta por el citadino granuja. Vaya, creo que los dos somos
despreciables pues: rural o citadino no es una condición fundamental. Sí la es
explotador y explotado y esa sí hay en todos lados. Es, por decirlo así, más
universal.